No vemos las cosas como son, sino como somos
- 30 ago
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Hoy comienzo a reflexionar desde esa maravillosa frase del libro de la neurocientífica Nazareth Castellanos, El puente donde habitan las mariposas.
Hace dos semanas que volví de Uganda y la agitación interna, esa sensación de dejar una parte de mí atrás, sigue presente. Pero no quiero mirar hacia otro lado, ya que quizá eso también construye el cómo soy y desde dónde veo las cosas.
Uganda, y en concreto Kimya, es para mí un retiro de calma y conexión conmigo misma: escucha corporal, relajación mental, disfrutar del presente y encontrar mis motivaciones. Desde enero, cuando compré mi billete, tenía en mi cabeza que en cuestión de dos días esa sensación se adueñaría de mí de nuevo; que dejaría de preocuparme por el trabajo y que podría disfrutar de la experiencia al 100 %. Pero, como siempre en la vida, las expectativas no se corresponden con la realidad.
Estos 47 días que he estado allí me he sentido, en general, bastante apagada, con energía baja y con pocas ganas de hacer, descubrir y sonreír. Me sigue costando aceptar que hay una parte de mí que es así. He tenido tiempo de reflexionar, enfadarme, reconciliarme y, sobre todo, rechazar el ordenador.
Os pongo en contexto.En noviembre de 2024 se hizo realidad uno de mis sueños y uno de los motivos principales por los que fundé Cuerpo en Acción: sostenerme económicamente de mis propios proyectos (danza y acción social).
Llevo un año y medio trabajando en cómo introducir un proyecto de danza en hospitales, en las unidades de pediatría, que sea estable en el tiempo y genere un impacto positivo en la sociedad. El proyecto está tomando fuerza y ha encontrado un financiador nacionalmente conocido para este 2025, lo cual es un gran logro. El foco está claro: expresión corporal, salud mental y adolescentes hospitalizados (os lo contaré más adelante pero si queréis apoyarlo podéis hacerlo desde 1€/mes ).
En la asociación no solo trabajamos en los hospitales y, aunque a día de hoy ocupa casi la totalidad de mi tiempo (ya que es lo que me sostiene económicamente), también tenemos otros proyectos artísticos-educativos en colegios, programas de prevención de violencia en institutos, catas sensoriales, actividades para empresas y el voluntariado en Uganda (que es lo que le dota de sentido a todo).
Cuando las cosas nacen del corazón, a veces desgastan de una manera extrema, y más cuando yo soy el soporte de todo el proyecto: la persona que hace las intervenciones, redacta proyectos, busca financiación, crea contenido, actualiza la web, genera propuestas creativas, se reúne con directivos, hace facturas, informes, gestiona merchandising y, además, quiere hacer un doctorado.
Haciendo esta lista no pretendo quejarme, solo ser consciente de que en ciertos trabajos artísticos solo se ve la punta del iceberg. Es el maravilloso mundo de emprender en el ámbito social, que no cambiaría por nada.
Volviendo a la frase principal, “No vemos las cosas como son, sino como somos”, yo lo veo todo de forma muy intensa (ya que así soy). Busco la perfección, intento mejorarme, salir de mi zona de confort y trabajar para el bienestar de las personas a través del cuerpo, que es lo que creo que he venido a hacer en esta vida.
Esa pasión, tan necesaria y que a veces me agota, hace que me nutra y me identifique con estas dos vidas: la de España y la de Uganda. Dentro de mí no están tan alejadas porque mi propósito sigue siendo el mismo: reivindicar que la CULTURA ES UN DERECHO, no un privilegio. Por ello, que el arte permee la educación para poner en valor el cuerpo como medio de expresión y aprendizaje. ¿Os habéis parado a pensar hoy como está vuestro cuerpo?
Pero, ¿qué es la cultura? Cada persona tendrá una definición distinta, vamos a empezar por la definición de derechos culturales:
Según la UNESCO:Los derechos culturales comprenden el derecho de toda persona a acceder a la cultura, crearla, participar en ella y disfrutarla. Estos derechos son tanto individuales como colectivos e incluyen todos los ámbitos culturales, desde el patrimonio hasta los sectores creativos, incluso el entorno digital. Además, son fundamentales para la dignidad, el desarrollo personal y la cohesión social, al fomentar la diversidad, la equidad y reducir desigualdades. Requieren marcos jurídicos y políticas públicas que protejan la identidad cultural, el patrimonio, la libertad artística y la diversidad lingüística y de contenidos.
Me voy a quedar con la frase “acceder a la cultura, crearla, participar de ella y disfrutarla”.
La primera cuestión es: si en los colegios de Uganda no tienen el arte como asignatura obligatoria, ¿se considera que dentro del sistema educativo no existe un acceso a la cultura? o ¿el acceso a la cultura está fuera del ámbito educativo?
Mi respuesta es que las artes están en cualquier lugar, no solo en los museos o los espacios más formales, pero si dentro del sistema educativo están totalmente rechazadas, hace que se las obligue a existir en un espacio más informal o incluso de festividad donde a mi parecer no se puede reflexionar sobre su valor educativo o de conocimiento que pueden aportar. Sin embargo, según la UNESCO, son herramientas fundamentales para la dignidad, el desarrollo personal y la cohesión social… ¿El sistema educativo actual ha reflexionado sobre esto? Aparentemente parece algo importante, verdad? Y si hablamos del desarrollo de los niños y niñas, y para mí lo es y mucho, basado también en mi propia experiencia personal.
Quizá la cultura exista antes que nosotros y simplemente la capacidad de crear, participar y disfrutarla sea un bien compartido de forma natural. Eso si, me atrevería a decir que tienen que existir espacios de creación seguros para que esa capacidad creativa se puede desarrollar y que se comparta.
En cuanto al proyecto que he podido realizar este año en Uganda, lo primero es que nada ha salido según lo previsto, he viajado sin un horario preestablecido de España(ya me pareció demasiado bonito el año pasado para ser real) y, cuando las directoras de la organización no están por allí, todo se complica el doble.
Ya lo he repetido mucho durante mis últimas newsletters: la ADAPTABILIDAD es una habilidad esencial si realizas cualquier voluntariado (o para la vida misma). Nada sale como lo planeas. No he podido dar las sesiones que a mí me gustaría para completar el proceso artístico de videodanza y me he tenido que adaptar a las necesidades, en este caso, de otros voluntarios nuevos que han llegado (seguro que me están leyendo, ¡y no os lo toméis como una crítica hacia vosotrxs!).
Este año he tenido la sensación de que, a pesar de ser una de las veteranas y llevar 4 años en ese lugar con un proyecto de expresión corporal estable con el alumnado, soy la última en tenerla en cuenta. Me han dado mitad de los grupos e incluso he tenido que parar mis clases durante 3 semanas para ceder mi horario. Y sinceramente, me he sentido poco valorada; de ahí también todo ese bajón emocional que he tenido.
Pero yo sé que entro muy rápido en el drama y que no me puedo quedar ahí estancada. Por eso he visto la oportunidad de volver a dar clases en el colegio público de Kasenda(que ya empecé el año pasado) y, por casualidad, un día caminando con Javier alrededor del lago, encontramos un nuevo colegio (para mi) que se llama Rusoona (así se llama esa zona) y quisieron hacer clase todos los días en el horario del recreo (10-11 h). Me convertí en Madam Sandra durante varias semanas ;)
Al final, mi agenda estaba llena y mi ilusión otra vez desbordante (así soy, como una montaña rusa de subidas y bajadas).
Tres colegios, tres experiencias totalmente diferentes, que apenas están a 20-30 minutos caminando de distancia, y donde la realidad diaria que viven estos niños y niñas es completamente distinta.
Para entender la realidad de este lugar, hay que conocer a sus personas, y eso hago: conocer, observar y aportar mi experiencia siempre desde el respeto.
Se pueden observar muchas diferencias, partiendo de la base de que:
Uno es privado, otro público o del gobierno, y el tercero ni siquiera llega a esa categoría, porque no tiene las infraestructuras ni el alumnado necesario.
También en la cantidad de alumnado (desde 25 por aula hasta 100).
En su uniforme (o no, porque no disponen de dinero para comprarlo).
En su calzado (o no, porque vienen descalzos).
O en su forma de hablar inglés (o no, porque todavía nadie les ha enseñado).
Pero también hay realidades que comparten:
Esa apertura a adquirir propuestas diferentes.
Esa confianza del profesorado, que me abre las puertas de par en par.
Esos ojos de sorpresa o de no entender nada pero estar curiosos.
Esa música que les mueve.
Ese reírnos y disfrutar durante una hora de trabajo.
Para llegar a ese colegio, que está al otro lado del lago, hay que atravesar el río y subir una pequeña montaña rodeada de un magnífico paisaje. Ya solo el camino de ida y vuelta merece la pena.
Ese nuevo colegio ha generado en mí un sentimiento nuevo: duro por ver la realidad a la que se enfrentan diariamente, pero también muy respetuoso, ordenado y con la certeza de que estaba en el lugar correcto, generando un vínculo que puede desarrollarse con el tiempo.

Así es como soy y así es como veo las cosas.







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