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En búsqueda de mi camino

La danza es un medio de comunicación universal que parte de la socialización, de la vida en comunidad y se encuentra inmersa en los eventos sociales más destacados.


Os escribo desde un lugar maravilloso, con vistas al lago Mwamba en Kimya, Uganda. Tranquila, contenta y escuchando de fondo a los niños y niñas jugar en el patio del colegio. Creo que ese es uno de los encantos de este lugar, las sonrisas eternas y las ganas de conocer. Me gustaría contaros como en 2019 empiezo a encontrar mi propio camino, realizar proyectos de danza y cooperación internacional en escuelas.



Una vez inicio el máster me empiezo a interesar por todas las oportunidades que ofrece la Universidad Politécnica de Valencia y encuentro la opción de solicitar una beca de cooperación internacional para realizar mi trabajo final. Así es como conozco a Chelo y Eva de la ONG Kelele África y su labor en una comunidad educativa rural al oeste de Uganda (Kumwenya Eco-School). Que se cruzaran en mi vida no fue casualidad pero tengo claro que fue un regalo. Me abrieron las puertas de su organización y me ofrecieron trabajar con el grupo de canto y danza tradicional, unos 20 niños y niñas de 12 años durante mis tres meses de estancia. Por motivos de Covid mi beca se tuvo que posponer hasta octubre de 2021 y con ciertas complicaciones: la escuela estaría cerrada y hasta mi llegada aquí no sabría la organización ni numero de alumnado para mis clases. A toda esa gestión se le añade el viajar sola, las ganas de conocer, los nervios de no saber con qué me voy a encontrar, las preocupaciones familiares, las expectativas generadas y una fuerza interna de saber que estaba haciendo lo correcto.


Las tres primeras semanas estuve completamente sola y era eso justamente lo que necesitaba, encontrar un lugar donde poder estar, donde sentir y donde experimentar. Sin lugar a duda, este lugar me atrajo con fuerza y siento que es mi hogar, a 9.000 km de distancia. Fue una de las experiencias más maravillosas de mi vida, a parte de realizar las clases de danza, se sumaron un grupo de chicas de secundaria y el profesorado. También pude realizar clases de repaso con algunos alumnos y una recuperación física de un niño tras una operación de su pierna. Tuve tiempo para pasear, de empezar a aprender el dialecto local y de ir descubriendo el paisaje humano y su increíble vegetación.


Lo más bonito es que recuperé una ilusión perdida, me reconcilié con la infancia y con la enseñanza (ya que años atrás ese trabajo me había saturado) y disfruté de los valores que me aporta estar en esta sociedad: el esfuerzo, el compañerismo, la ayuda y las ganas de compartir. Me sentí plena viendo a otra personas bailar y aprendí de ellas la importancia de las relaciones que se generan a través del cuerpo, sin importar la edad.


Esta experiencia supuso un antes y un después en mi carrera profesional y a partir de ese momento empecé a enfocar mi trabajo artístico/pedagógico desde otra lugar, desde el guiar y no imponer, desde la improvisación y no desde el movimiento fijado y desde el disfrute y no desde la perfección.


¿Qué les ha aportado trabajar desde este perspectiva?


Sin lugar a duda, bailar fomenta el bienestar a nivel físico, psicológico y emocional y más en una comunidad donde todavía no existen muchas herramientas para el trabajar desde la educación emocional.


Relacionarnos mediante el lenguaje corporal me ha proporcionado un claro signo de unión e identidad con la comunidad. Así, potenciar la gran riqueza de cualidades y actitudes de las que disponen las personas participantes generando nuevas formas de aprendizaje y hábitos de vida saludable.


Por último, me fascina ver como disfrutan de su movimiento abiertamente, les gusta compartir y confian en mi trabajo.


Sin duda, el movimiento es salud.


Creo que os habéis dado cuenta! no soy una bailarina demasiado convencional, me definiría como mujer y artista interesada en la educación, en poner en valor los aprendizajes corporales, los saberes que vuestra cada cuerpo, en respetarlo, cuidarlo y expresarnos a través de él. Como dice la neurocientífica Nazareth Castellanos, “el cuerpo sabe lo que la mente aun no se ha dado cuenta”. De ahí, la importancia del autoconocimiento.


Como toda buena película, el final fue duro y más dura fue la vuelva a España ya que una parte de mí se quedó conectada allí. Pero esto no es un final, es solo el principio de un bonito proceso.


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